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- Un sueño que se nutre de la complicidad entre artistas, de los kilómetros recorridos en la carretera, y de la certeza de que, tanto dentro como fuera de la carpa, la vida del circo no sería posible sin la fuerza de la convivencia.
La vida en el circo va mucho más allá de lo que el público aprecia desde las gradas. Detrás de cada actuación, salto y risa, hay un día a día tejido por viajes, convivencia y un esfuerzo conjunto. En el Gran Circo Holiday, donde una veintena de artistas, muchos de ellos emparentados, dan vida a la función, la familia se convierte en el pilar fundamental. No solo la familia de sangre, sino que aquellos que se unen al grupo son recibidos con la misma calidez, hasta llegar a sentirse en casa.
Jon Ander Sacristán, malabarista del circo, lo expresa de forma sencilla: “Nacemos en el circo, conocemos esta profesión desde pequeños. Vivir en el circo es realmente bonito“. Estas palabras reflejan una tradición que se transmite de generación en generación y se fortalece en la convivencia diaria.
Sin embargo, la vida nómada tiene su propia exigencia. “La vida en el circo es muy dura“, admite Jon Ander, recordando las largas horas de montaje y el cansancio acumulado en cada nueva ciudad. Pero también subraya lo gratificante que resulta este esfuerzo: “Es muy bonito porque te permite descubrir pueblos y ciudades diferentes”. Cada parada se convierte en una oportunidad para explorar nuevos lugares y crear vínculos con compañeros que son como una familia.
Convivencia
La convivencia en el circo se desarrolla sobre ruedas. Las caravanas, que sirven tanto de transporte como de hogar, son el espacio donde la compañía comparte comidas, descansos y su vida cotidiana. “Nos alojamos en nuestras propias caravanas, que son nuestro hogar por donde vamos”, explica Jon Ander. Allí, entre risas y anécdotas, se forja una unión que sostiene al grupo en cada desplazamiento.
Al preguntarle qué significa el circo en pocas palabras, el malabarista no tiene dudas: “Para mí, el circo es todo, es mi vida“. Aunque resulta difícil resumir lo que implica crecer, trabajar y convivir en este entorno tan especial, Jon Ander lo sintetiza con dos adjetivos: “Maravilloso. Es como un sueño“.
Un sueño que se nutre de la complicidad entre artistas, de los kilómetros recorridos en la carretera, y de la certeza de que, tanto dentro como fuera de la carpa, la vida del circo no sería posible sin la fuerza de la convivencia.
